Paul Schrader está en Valladolid, en el Festival de Cine (yo no, por
cierto, y siempre que no puedo ir lo echo de menos) y hoy deja un
titular en una entrevista de ABC que yo podría rebatírselo incluso con
nombres y apellidos. Dice: “A veces me pregunto cómo la gente logra
mantenerse despierta en el cine”. Bueno, no estés tan seguro, Paul, de
que tal cosa suceda. En fin, que empezó la Seminci y yo quiero hablar de
una película que se estrena ahí y que yo ya he visto (he visto varias,
pero me pararé en sólo ésta). Se titula “Stupor mundi” y no habla de la
personalidad extravagante de Federico II, el emperador romano al que
apodaron así por el sorprendente hecho de que se afanó en cultivarse y
conocer lenguas y filosofías en vez de, como era uso del poder, tocarse
el bolo a sí mismo y las narices al resto del mundo. En fin, me he ido.
“Stupor mundi” es un sencillo documental sobre algo realmente complejo:
abrir una rendija por la que entrar a un artista; lo ha hecho Hilari M.
Pellicé, aunque tengo la impresión de que tanto como él lo ha hecho
Nuria Vidal y por dos motivos: primero, porque Nuria Vidal aparece en
los créditos como coordinadora, y coordinación para Nuria Vidal supongo
que es algo así como “estar haciendo algo todo el rato”; y segundo,
porque el artista es Ramón Herreros, su marido. Y se proyecta “Stupor
mundi” en el Museo Patio Herreriano, casualidad, supongo. Hay muchas
cosas buenas en esta película, al margen de los que salen en ella,
personas que miran a la cámara y hablan de los cuadros que tienen (de
este pintor) como esa mirada del que muestra el primer álbum que
consiguió rellenar de chiquillo. Especialmente buena me parece la
elección de Pellicé y Sergi Mañas, el fotógrafo, de los encuadres, que
recogen con absoluta modestia el espíritu del arte que reflejan, y
bordan ese juego entre figura y fondos que le dan ese particularísimo
encanto a la obra de Ramón Herreros (uno nunca sabe, con el arte, cuál
es el término adecuado y ahora dudo de si el de “encanto” es el más
apropiado)… Lo curioso de esta película es que uno se va haciendo a la
idea de cómo es el artista por el modo en el que los demás hablan de su
obra (la que ellos tienen colgada en su casa) y de cómo se hizo o se
consiguió… Coleccionistas, amigos, modelos, críticos (realmente
esclarecedor Juan Bufill), gentes del cine, como Jordi Cadena, Judith
Colell o Aina Clotet (cómo hizo ese cartel mágico de “Elisa K”)… Ramón
Herreros habla poco, y más bien se manifiesta en los rituales de su
labor, en la mezcla, en su lugar a medio camino entre el lienzo blanco y
la realidad que entrará en él, en el equilibrista del purito en ligera
caída de su boca y cuya ceniza marca el compás del tiempo, ese
territorio entre que observas y “cazas”. “Stupor mundi” tiene además la
propiedad de capturar a Ramón Herreros en toda su “antoniolopecidad”, no
sólo en lo físico sino también en esa especie de calmada sabiduría que
sólo alcanzan los que saben pintar “lo otro”, lo que se huele más que lo
que se ve.
Publicado por Oti Marchante el oct 21, 2013